El pasado 26 de junio los ciudadanos nos volvieron a pedir a los políticos que nos pongamos de acuerdo. Nos han dado una segunda oportunidad y tenemos la obligación de no defraudarlos.
Una vez que los ciudadanos nos hemos vuelto a pronunciar, por segunda vez, en las urnas, y que el resultado ha constatado la muerte del bipartidismo, tenemos que empezar a trabajar. La composición de la mesa del Congreso y el apoyo o no a la investidura del candidato al que S.M. el Rey encomiende la formación de un gobierno son los primeros escollos que hay que sortear y que necesariamente tendremos que superar con diálogo y con el mayor consenso posible.
Sin embargo, son muchos más los cambios que hoy en día necesita acometer este país y, a mi juicio, uno de los principales es una urgente y profunda regeneración democrática. Los ciudadanos estamos ya cansados de tener que ver cómo se malgasta el dinero público en estructuras poco funcionales, en duplicidades en las diferentes Administraciones del Estado o, lo que es más indignante para la mayoría de nuestros conciudadanos, cómo algunos ‘personajes’ de la vida política, sin un color determinado, aprovechan sus cargos en su propio beneficio: una y otra vez vemos desfilar por las sedes judiciales a supuestos servidores públicos que, presuntamente, han metido la mano en la caja o se han aprovechado de sus cargos. Esta indignación que en el ciudadano de a pie se produce, se intensifica mucho más en una coyuntura económica como la que estamos atravesando. Este hartazgo generalizado hace que la sociedad civil cada vez se sienta más desvinculada de sus representantes
Para mí, poder participar con mi trabajo en la vida pública, poder hacer política, es un privilegio y una de las grandes oportunidades que me han dado nunca. Ver como con tu trabajo, con tus ideas, puedes ayudar a tus vecinos, cómo puedes hacer cosas para que mejore tu provincia, tu región o tu país, es una de las cosas que más satisfacción me produce y es por la forma que tengo de concebir la política, por lo que no me cabe en la cabeza que se den determinadas actitudes que van en contra de cualquier principio de honestidad, honradez y servicio público. Estos deben presidir, bajo mi punto de vista, las actuaciones de cualquier persona que se dedique a una función tan honorable como debería de ser la política.
Lamentablemente, hoy en día, no es precisamente una labor que cuente con el apoyo y la valoración de la mayoría de la población de esta España nuestra, y no es de extrañar a la vista de las noticias con las que desayunamos desde hace ya demasiados años. Este país necesita una urgente regeneración democrática, no solo de las estructuras sino también de las políticas y de los políticos que, además, necesitamos dignificar esta labor a la que muchos nos dedicamos por una verdadera vocación de servicio público.
La regeneración democrática, la lucha contra la corrupción y la modernización del país son hoy más necesarias que nunca y para eso tenemos que cambiar la forma de entender la política, la forma de hacer política, y también, en muchos casos, las personas que hacen política.
El control del gasto, la eliminación de duplicidades en los distintos niveles de la Administración o la reforma de la ley electoral para que el voto de todos los españoles valga lo mismo haciendo valer el principio de “una persona un voto” son solo algunas de las medidas necesarias para la tan ansiada regeneración. Pero también nuestro país necesita llegar a Pactos de Estado en asuntos tan importantes como la sanidad, acometiendo reformas encaminadas a tener un sistema sanitario nacional y no 17 distintos, con un catálogo de servicios comunes para eliminar las fronteras sanitarias, o la educación, corrigiendo las deficiencias de nuestro modelo educativo para que perdure más de una generación, o temas tan importantes como la gestión del agua, en la que habría que apostar por un plan hidrológico Nacional en el que primaran los criterios técnicos y se conciliaran la prioridad del uso de la cuenca cedente con la solidaridad interterritorial.
No obstante, llevar a cabo todas las medidas de las que he hablado anteriormente, y dado el nuevo panorama que los ciudadanos hemos decidido en las urnas, sin mayorías absolutas, significará acostumbrarnos a introducir nuevos términos, o no tan nuevos, con los que desde luego vamos a tener que aprender a trabajar. Tres son los principales términos que tienen que primar en esta legislatura que estamos a punto de comenzar: diálogo, consenso y reformas.
No podemos volver a fracasar, viene una época de políticas con mayúsculas, de pensar primero en los españoles que en los partidos y estaremos ahí para defender a los que nos han dado la confianza. Es el momento de una legislatura de negociación permanente para que nadie aplique sus políticas sin contar con los demás y no podemos decir a los ciudadanos que se han equivocado en lo que han votado, que somos incapaces de llegar a acuerdos y que tenemos que ir a unas nuevas elecciones. Este país no se lo podría permitir y, como diría mi abuela: ‘esto son lentejas…’, es decir, con esto es con lo que tenemos que trabajar. No va a ser fácil, pero tendremos que poner todo de nuestra parte para que la Legislatura arranque y sea útil para los ciudadanos. Dialogar, consensuar, reformar… y conseguir una España mejor.
Antonio de Lamo, portavoz de Ciudadanos (C’s) en Valdeaveruelo